Por Jorge Rabassa. Convencional Constituyente MC. Para El Sureño |
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Parafraseando a Martin Luther King, los convencionales constituyentes de la provincia de Tierra del Fuego, al jurar la Constitución Provincial aquel 1º de junio de 1991, «tuvimos un sueño». El sueño de creer que al redactar nuestra Carta Magna habíamos echado las fundaciones de un sólido proyecto de provincia, en el cual el estado de derecho y el respeto a las instituciones eran cimientos indestructibles que garantizaban un marco de crecimiento económico, protección del ambiente provincial y desarrollo humano, tanto individual como social, por los tiempos de los tiempos. El orgullo de haber sido los últimos argentinos en ejercer el poder constitucional primario y la satisfacción de haber completado una obra jurídica sólida y pertinente, en el marco de profundo y democrático debate, de comprometido respeto por las ideas y convicciones de los otros, nos hacía creer que todo estaba bien resuelto y que Tierra del Fuego se encaminaba a ser la tierra prometida, el edén institucional, el paraíso anhelado para todos aquellos que en el futuro quisieran habitar la gélida tierra fueguina. Ese mundo de nebulosas fantasías se extendía ante nuestros pensamientos, en contraste con el «otro» país allende las enormes distancias, los climas inéditos, el Estrecho de Magallanes y el Mar Argentino, en el cual proliferaban ya la violencia, la corrupción, las acciones mafiosas, los manejos financieros y la concentración del poder político, económico y financiero. Estábamos equivocados. La economía fue devastada, con obras faraónicas inconclusas, hipertrofia del Estado, rutas pavimentadas de inusitada fragilidad, enriquecimientos personales súbitos y sorprendentes. Las prebendas tributarias continuaron sin que se cumplieran ningunos de sus recíprocos requerimientos. El medio ambiente no fue protegido, acosado por la codicia productiva, el lucro inmobiliario, los derrames incontrolados, las ocupaciones ilegales. Los irritantes privilegios de algunos ciudadanos, el descontrol presupuestario y el subsidio entretanto inagotable, destruyeron la cultura del trabajo, del ahorro, del esfuerzo, que la historia de los antiguos pobladores había edificado. Que el sayo se lo ponga aquél a quien bien le caiga. Y algunas de las preguntas que se harán los estudiosos de la historia fueguina en el futuro serán las siguientes: ¿Qué hicieron los gobernantes y las autoridades competentes de entonces para frenar esta vertiginosa degradación? (Y yo me hago cargo, con inevitable autocrítica, de la cuota parte de responsabilidad que me compete). ¿Dónde quedaron las instituciones constitucionales destinadas a detener la corrupción, el abuso de poder, el prevaricato? ¿Dónde se eclipsaron el control de los actos de gobierno, la participación popular, la iniciativa pública? ¿Dónde se olvidaron los derechos de los ciudadanos dignos a la educación, la salud, la seguridad, la justicia? No se le puede echar la culpa a la Constitución Provincial. No es necesaria una reforma constitucional. En cambio, es imprescindible que nuevas generaciones de fueguinos inicien la dura tarea de recuperación de las instituciones, principios y espíritu de la Constitución de 1991, en el marco de la verdadera justicia y en la plenitud del estado de derecho. En ellos está nuestra esperanza. Al fin y al cabo, son ellos los que vivirán la Tierra del Fuego del futuro. |
Fuente de Consulta: Diario El Sureño |
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