Uno de los rasgos positivos de la globalización reside en la intensidad que han adquirido los flujos de comunicación, que vinculan a pueblos y culturas no sólo a través de la información sino por la vía del transporte y el turismo.
Durante las dos últimas décadas, la actividad turística en particular ha experimentado un crecimiento exponencial en todo el planeta. Y, afortunadamente también en la Argentina.
Ese ir y venir genera negocios, empleo directo e indirecto, vínculos: multiplica y matiza las oportunidades de formación, de trabajo, de realización de vocaciones empresariales.
Entre 2004 y 2007, la recepción de turistas extranjeros se incrementó más de un 25% y pasó de poco menos de 3.500.000 a 4.500.000 personas por año. Una de cada tres llegaron desde países no limítrofes, la gran mayoría desde América del Norte y Europa.
Proyectando datos oficiales se puede dibujar un promedio estimativo de sus tiempos de estadía (18 jornadas) y del gasto promedio por día: 126 dólares. Esas cifras demuestra la relevancia que el turismo tiene para la economía y el trabajo argentinos. El número de viajeros y las cifras de ocupación de hoteles promueven, sin embargo, un espejismo: la idea de que el turismo es una actividad que genera renta automáticamente, una especie de pampa húmeda de fertilidad y beneficios garantizados de manera "natural".
¿Por qué, sin embargo, encontramos simultáneamente hoteles cerrados, lugares abandonados, emprendimientos turísticos que agonizan?
Es que si bien la demanda parece infinita, no lo es. La oferta también puede saturarse, como sucede ya en algunas plazas turísticas. Si aumentamos la capacidad porque en enero podemos ocupar todas las plazas, ¿esto no significará que deberemos bajar las tarifas en febrero y naturalmente aumentar los costos fijos de marzo a diciembre? ¿Pueden las plazas de los aviones llevar la cantidad de turistas que necesitamos para colmar una capacidad hotelera incrementada? ¿Está bien que ampliemos un hotel de 3 estrellas cuando la demanda excedente busca 5 estrellas? Otras voces dirán que de todos modos, las inversiones turísticas encaradas desde el sector público siempre son "rentables" desde el punto de vista social porque crean trabajo.
¿Pero esto es siempre verdadero?
El desarrollo sustentable del turismo, de modo de potenciar sus virtudes y contener sus daños indeseados requiere la incorporación de conocimiento. Pasadas las primeras etapas de desarrollo más o menos espontáneo de la actividad, se vuelve imprescindible contar con instrumentos más refinados para adoptar decisiones, definir obras, racionalizar inversiones, detectar necesidades, asumir iniciativas en materia de servicios, perfeccionar la productividad y la competitividad.
En los países con mayor experiencia en este campo, la rama de actividad turística está siempre acompañada y sostenida por un paralelo desarrollo académico. En Argentina no han faltado actividades pedagógicas dirigidas a la provisión de servicios específicos, desde formación de guías a escuelas de hotelería y gastronomía, pero sólo en los últimos tiempos se ha empezado a trabajar en el perfeccionamiento profesional para una concepción macro de la actividad.
Ahora se requiere poner en valor no sólo las bellezas naturales sino las culturas, las tradiciones, con el máximo respeto del medio ambiente y la identidad del lugar y de sus habitantes. Instrumentos más refinados y un abordaje más profesionalizado de la cuestión contribuirán a hacer que esos proyectos turísticos dejen mayores beneficios para los residentes –trabajo, consumo, contactos–.
Del mismo modo se debe procurar que no asuman rasgos de actividad extractiva-destructiva, con visitantes que contaminan o simplemente ensucian el entorno físico, o receptores-anfitriones que, a la hora de cumplir los servicios que prometen a sus huéspedes y clientes, naufragan en la ineficiencia o se desbarranquen en el maltrato.
El secreto, la clave del éxito pasa ahora por reemplazar el pálpito y la corazonada por conocimiento amplio, sustentable y por formación profesional. Estoy convencido de que este es el camino.
Fuente de Consulta: Editorial Revista Fortuna
Durante las dos últimas décadas, la actividad turística en particular ha experimentado un crecimiento exponencial en todo el planeta. Y, afortunadamente también en la Argentina.
Ese ir y venir genera negocios, empleo directo e indirecto, vínculos: multiplica y matiza las oportunidades de formación, de trabajo, de realización de vocaciones empresariales.
Entre 2004 y 2007, la recepción de turistas extranjeros se incrementó más de un 25% y pasó de poco menos de 3.500.000 a 4.500.000 personas por año. Una de cada tres llegaron desde países no limítrofes, la gran mayoría desde América del Norte y Europa.
Proyectando datos oficiales se puede dibujar un promedio estimativo de sus tiempos de estadía (18 jornadas) y del gasto promedio por día: 126 dólares. Esas cifras demuestra la relevancia que el turismo tiene para la economía y el trabajo argentinos. El número de viajeros y las cifras de ocupación de hoteles promueven, sin embargo, un espejismo: la idea de que el turismo es una actividad que genera renta automáticamente, una especie de pampa húmeda de fertilidad y beneficios garantizados de manera "natural".
¿Por qué, sin embargo, encontramos simultáneamente hoteles cerrados, lugares abandonados, emprendimientos turísticos que agonizan?
Es que si bien la demanda parece infinita, no lo es. La oferta también puede saturarse, como sucede ya en algunas plazas turísticas. Si aumentamos la capacidad porque en enero podemos ocupar todas las plazas, ¿esto no significará que deberemos bajar las tarifas en febrero y naturalmente aumentar los costos fijos de marzo a diciembre? ¿Pueden las plazas de los aviones llevar la cantidad de turistas que necesitamos para colmar una capacidad hotelera incrementada? ¿Está bien que ampliemos un hotel de 3 estrellas cuando la demanda excedente busca 5 estrellas? Otras voces dirán que de todos modos, las inversiones turísticas encaradas desde el sector público siempre son "rentables" desde el punto de vista social porque crean trabajo.
¿Pero esto es siempre verdadero?
El desarrollo sustentable del turismo, de modo de potenciar sus virtudes y contener sus daños indeseados requiere la incorporación de conocimiento. Pasadas las primeras etapas de desarrollo más o menos espontáneo de la actividad, se vuelve imprescindible contar con instrumentos más refinados para adoptar decisiones, definir obras, racionalizar inversiones, detectar necesidades, asumir iniciativas en materia de servicios, perfeccionar la productividad y la competitividad.
En los países con mayor experiencia en este campo, la rama de actividad turística está siempre acompañada y sostenida por un paralelo desarrollo académico. En Argentina no han faltado actividades pedagógicas dirigidas a la provisión de servicios específicos, desde formación de guías a escuelas de hotelería y gastronomía, pero sólo en los últimos tiempos se ha empezado a trabajar en el perfeccionamiento profesional para una concepción macro de la actividad.
Ahora se requiere poner en valor no sólo las bellezas naturales sino las culturas, las tradiciones, con el máximo respeto del medio ambiente y la identidad del lugar y de sus habitantes. Instrumentos más refinados y un abordaje más profesionalizado de la cuestión contribuirán a hacer que esos proyectos turísticos dejen mayores beneficios para los residentes –trabajo, consumo, contactos–.
Del mismo modo se debe procurar que no asuman rasgos de actividad extractiva-destructiva, con visitantes que contaminan o simplemente ensucian el entorno físico, o receptores-anfitriones que, a la hora de cumplir los servicios que prometen a sus huéspedes y clientes, naufragan en la ineficiencia o se desbarranquen en el maltrato.
El secreto, la clave del éxito pasa ahora por reemplazar el pálpito y la corazonada por conocimiento amplio, sustentable y por formación profesional. Estoy convencido de que este es el camino.
Fuente de Consulta: Editorial Revista Fortuna
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