03 septiembre 2008

Interesante Editorial de La Nación: "Aerolíneas Argentinas, a la altura de lo PEOR"

Ultimamente, la Argentina parece sumergida en una suerte de tubo de ensayo en el cual da señales esquivas y contrarias a aquello que espera el mundo, quizá para preservarse en un aislamiento rayano en la tozudez o para impedir que otros descubran, por ejemplo, que el Gobierno no vacila en hacer trampas con los números de la economía.

Esta actitud no se compadece con ideología alguna. El discurso presidencial, sin embargo, no deja de estar cargado de tintes agresivos y anticuados cuando se celebra desde una tribuna integrada por funcionarios adoctrinados y por acólitos pagos que otra empresa volverá a ser administrada por el Estado nacional. Es el caso de Aerolíneas Argentinas y Austral, en peligro de ser expropiadas al grupo Marsans por las deficiencias públicas y notorias que hubo en su gestión.

Si el Estado es un todo, esta decisión coincide con la línea impuesta a partir de la estatización del Correo Argentino, Aguas Argentinas y Río Turbio. Del mismo modo, el proyectado tren bala debería tomar como modelo los actuales ferrocarriles para ser moderno y eficiente. Si en ese aspecto la Presidenta se cuida de favorecer la inversión privada, ¿por qué, en el caso de Aerolíneas, se insiste con el tono de Hugo Chávez y de Evo Morales en la necesidad de que el Estado se haga cargo nuevamente de aquello que, en su momento, no supo administrar?

El perjuicio de estas idas y venidas en un momento particularmente difícil para todas las aerolíneas del mundo por los vaivenes del precio del petróleo y la escasa rentabilidad será pagado por los contribuyentes argentinos, ajenos a una discusión en la cual la ideología, compartida por dos gobiernos que no han demostrado ser económicamente milagrosos, como el venezolano y el boliviano, prima sobre el sentido común.

Antes, cuando de progresismo se hablaba, quienes hoy levantan esas banderas miraban a Europa y ponderaban el paso del Estado de Bienestar de mediados de los años 80 a la tercera vía británica de principios de los 90, acompañada por la socialdemocracia alemana y el socialismo francés y español, entre otros. Ahora, esos mismos "progres" emprenden el camino inverso hacia el callejón del cual la mayoría de las economías pujantes han salido airosas.

Es curioso el optimismo que lleva al gobierno de la presidenta Kirchner, alentado por el ministro Julio De Vido, a pensar que la transferencia de Aerolíneas al sector público será auspiciosa para todos. ¿Qué imagen tiene la gente del Estado? Pésima. ¿Qué pasaría si, tras una hipotética crisis con las telefónicas, se decidiera volver a Entel? Es más o menos lo mismo.

Durante décadas, el Estado ha demostrado ser incompetente en el manejo de empresas de servicios públicos. Quienes hoy alientan las estatizaciones son los mismos que, en los noventa, aplaudieron "al mejor presidente argentino", como supo definir el entonces gobernador Néstor Kirchner al mandatario Carlos Menem. Si la Presidenta acusa a sus presuntos adversarios de mala memoria, los archivos, a los cuales los Kirchner dicen que recurren con frecuencia, también son una buena fuente para refrescársela a todos los argentinos.

El grupo Marsans, más allá de su responsabilidad en la gestión de Aerolíneas, ratificó ante dos comisiones del Senado la validez del acta acuerdo para la venta al Estado. También advirtió que recurrirá al Ciadi (organismo para la resolución de disputas del Banco Mundial) y a otros tribunales internacionales si el Gobierno decidiese la expropiación, palabra muy en boga en Venezuela y Bolivia, que encuentra eco en la Argentina en la voz del secretario de Transporte, Ricardo Jaime.

Más allá de los pormenores de la discusión y de la operación, el caso de Aerolíneas refleja las enormes contradicciones dialécticas de un gobierno que presume de ser moderno, pero cuyos integrantes no se han modernizado.

Los fundamentos del proyecto de ley enviado por la Presidenta al Congreso componen un largo rosario de autoincriminaciones acerca de la incapacidad del sector público para controlar al sector privado. En este aspecto, cualquiera advierte que existe una connivencia entre funcionarios públicos y empresarios privados para justificar una decisión de naturaleza política sin promesa económica ni beneficio para los sufridos usuarios.

Si el Estado no pudo controlar a la compañía, ¿cómo hará para operarla? Es evidente que Aerolíneas, al igual que Aguas Argentinas, terminará siendo entregada a los sindicatos, de modo de seguir mirando hacia adentro en lugar de imitar lo bueno de afuera. Obviamente, nadie apela a los capitales extranjeros, cosa que caprichosamente hacen otros gobiernos con menos problemas que el argentino, ni espera que de este juego de ensayo y error, dentro del tubo de ensayo en el cual parece sumergido el país, una medida retrógrada ponga a Aerolíneas "a la altura de lo mejor", como decía su viejo eslogan.

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