11 octubre 2007

RSE y el aprendizaje de "Una Mente Brillante"



Responsabilidad Social Empresaria y Manpower



No es muy frecuente poder asistir a un seminario/taller de capacitación en nuestra ciudad de Río Grande y por esa razón me permito destacar la propuesta de la firma MANPOWER como una experiencia enriquecedora.

Fué una jornada "instructiva", en un lugar ideal (Auditorio OSDE) y con una muy buena atención por parte de los anfitriones. Lástima que nuestra Comunidad no sepa "capitalizar" estas iniciativas porque del total de invitaciones cursadas, se repite que solo asiste en promedio un 10%. Lamentable, verdad?
Yo tuve la posibilidad de participar y por eso les cuento que...mucho se dice y se habla en relación a la sigla RSE, pero como apuntes de conclusión a la exposición muy didáctica de "Luis" y "Alejandro" del Instituto Argentino de Responsabilidad Social Empresaria, puedo citar:
- La RSE es un "modo" en que las empresas ganan dinero

- Es un nuevo paradigma de valor sustentable que promueve acciones respetando la DIVERSIDAD para reducir del mismo modo las DESIGUALDADES SOCIALES.

- Se observan 3 campos de intersección a saber:


RSG (El Estado o la "cosa pública") Política/Gobierno - Administra Transitoriamente

RSO (La Sociedad Civil o "el bien común") ONG- No Lucro - Servicio Voluntario

RSE (Las Empresas 0 "el mercado") Lucro - Trabajo - Producción
- RSE= + Desarrollo Sustentable

- El poder de decisión en la "aldea global interdependiente" ahora es PRIVADO.

- De las 100 economías más grandes del mundo, 51 ya son CORPORACIONES (BM2005)

- La Empresa más grande del mundo en términos económicos es Wal-Mart

- En definitiva la RSE es el IMPACTO DE LA EMPRESA EN LA SOCIEDAD, desde un enfoque económico, social y ambiental

- La Responsabilidad Social Empresaria pasa por

GESTIONAR + CONOCER + COMUNICAR + RECONOCER


En definitiva, el mejor mensaje que pude extraer de la disertación es que para ser AGENTES DE CAMBIO DEBEMOS DAR EL EJEMPLO, desde una perspectiva de responsabilidad social.
En este mismo sentido y con el mismo "vector" de trazabilidad, se me ocurre "ilustrar" mejor el aprendizaje con el siguiente artículo que refiere a la excelente película "Una Mente Brillante":



Si fuese verídico el guión de "Una mente brillante", la película sobre la vida del matemático y Premio Nobel de Economía John Nash, él habría dicho que el sistema de ideas de Adam Smith no era erróneo, pero estaba incompleto.
El teorema de la "Mano Invisible" postula que la suma de los comportamientos egoístas de las personas redundan en un beneficio y bienestar general.
Pero para que esto sea cierto, decía Nash, se requiere un mínimo de cooperación entre los agentes económicos.
Si uno estudia los desarrollos en el campo de la economía que inauguraron las ideas de Nash, denominado Teoría de los Juegos, llega a la misma conclusión: la persecución del interés propio en un marco de cooperación, produce resultados superiores para todos los participantes.
Autores como Masahiko Aoki han llegado hasta a explicar el éxito en el funcionamiento de algunas economías (como la japonesa entre 1950 y 1990), como el resultado de un sistema donde los individuos y las empresas actúan dentro de un "juego de cooperación".
Siendo esto así, ¿qué problema práctico nos impide llegar a esa situación ideal descripta en la teoría económica? El obstáculo es que la cooperación supone confianza y la confianza conocimiento mutuo.
Esto no siempre se encuentra en todas las sociedades. Cuando doy clases en la universidad suelo hacerles a los alumnos de posgrado (empresarios muchos de ellos) la siguiente pregunta:
"¿Cuál es el motor y el combustible del capitalismo?".
Las respuestas generalmente oscilan entre alguno de estos dos conceptos: el dinero (en sí mismo) o el afán de conseguirlo.
Por mi parte, busco con esa pregunta otro tipo de respuesta, que generalmente obtengo con mucha mayor facilidad de los alumnos del Posgrado de Agronegocios: el motor del capitalismo es la confianza.
Creo que no es casual que sean los empresarios (productores) ligados al sector agropecuario los que reconocen esta, en mi opinión, verdad monumental.
Trabajando en un entorno rural uno conoce perfectamente cuánto valen la palabra y la reputación de una persona para conseguir arrendar un campo a porcentaje del resultado de la cosecha, obtener insumos y semillas financiados "de palabra" o entregar el producto de sus esfuerzos para que un tercero los almacene y luego lo venda, a veces semanas antes que el productor vea un centavo.
La economía agraria en Argentina y en otras regiones de Latinoamérica funciona en gran parte con independencia de la redacción de contratos detallados y con la posibilidad, para cada productor, de acceder a un vasto pool de recursos humanos, tecnológicos y económicos, para llevar adelante sus empresas.
La disponibilidad de esos recursos y la densidad de la trama de interacciones entre asesores técnicos, comercializadores de insumos, semilleros, propietarios, dueños de maquinaria, concesionarios, cooperativas agrícolas e instituciones de investigación y extensionismo (como CREA o el INTA), que hace posible la confianza y el conocimiento entre esos actores del sector, recibe el nombre de capital social. Es ese capital social el que explica el éxito y la productividad del sector agropecuario, tanto como la calidad de los recursos productivos.
¿Cuál es el encanto del Silicon Valley? Probablemente el mejor ejemplo de capital social y de su incidencia en la economía y la productividad, está en los Estados Unidos. Con algo de desazón pero con mucho de realismo, Jorma Olilla, el CEO de la empresa finlandesa de telecomunicaciones Nokia, dijo: "Cuando un emprendedor de California abre la puerta de su garage, tiene enfrente a la mayor economía del mundo. Cuando un emprendedor finlandés abre la puerta del suyo, tiene un metro de nieve".
Sin embargo, no es sólo la cercanía del mayor mercado consumidor del mundo lo que transforma a los emprendedores del Silicon Valley en privilegiados, sino también (y especialmente) algo mucho menos tangible aunque no menos real: el Capital Social.
La realidad es que cuando un emprendedor californiano abre su garage encuentra algo más que una gran economía nacional. Encuentra gente dispuesta e interesada en asesorarlo sobre cómo se organiza legalmente una empresa, cómo y quién puede llevar su información contable y financiera, cómo y quién puede registrar su patente o marca, cómo se desarrolla un canal comercial, cómo se selecciona y contrata personal y cómo se trata con un banco.
Finalmente, y tan importante cómo lo anterior, esas personas le darán ese apoyo y le presentarán a sus mejores relaciones comerciales, siempre que acepte el ofrecimiento de dinero para desarrollar el proyecto, a cambio de una participación en la empresa. A pesar de que quienes hacen esos ofrecimientos son llamados en la jerga "ángeles inversores", no hay nada de sobrenatural en ellos.
Ni tan siquiera de filantrópico o altruista. Esas personas representan el primer eslabón de la cadena del capital de riesgo y persiguen su interés (el beneficio derivado de sus inversiones en nuevas empresas de rápido crecimiento), dentro de un marco donde abundan las conexiones y los beneficios tanto para los emprendedores como para la economía local.
Esa industria del capital de riesgo, parcialmente desarrollada y asimilada en otros países, representa el núcleo del valioso capital social del Silicon Valley. Si esta es la razón que, individualmente, más explica el éxito económico de una de las regiones más ricas del planeta, ¿qué hay en ella que pueda ser emulado en otras regiones, rezagadas en materia de desarrollo?
El Capital Social y el escalón del desarrollo La sociedad argentina, como muchos otros países y regiones latinoamericanos, presenta un nivel de desarrollo económico y social que está por debajo del nivel posible de ser alcanzado, dados los recursos humanos y tecnológicos de que dispone, inclusive de su stock de capital acumulado.
La última década en Argentina mostró un extraño espectáculo: jóvenes o pequeñas empresas, económicamente sanas, asfixiadas por la necesidad de capital o los altos intereses que les exigía su deuda bancaria, junto con inversores que resignaban ingresos a regañadientes, colocando su dinero en bonos del gobierno o, peor aún, mantenían sus ahorros "en el colchón". Por otro lado, existen amplias oportunidades económicas en el país y en el subcontinente. Esas oportunidades se derivan, por ejemplo, de la inmadurez de muchos mercados, como del crecimiento y dinámica de una población relativamente joven.
Finalmente, según variados estudios académicos (el Global Entrepreneurship Monitor, por ejemplo), la tasa de emprendedorismo es alta. Es decir, existe suficiente gente dispuesta a aprovechar esas oportunidades económicas. Ese escalón que separa lo real de lo posible, en materia de desarrollo, se explica entonces en la inhabilidad de la sociedad de poner a disposición de los emprendedores ese pool social de recursos.
Es falta de interacción, de confianza, de conocimiento entre distintos actores económicos. En suma, falta de capital social.
Universidades que no interactúan con las empresas, emprendedores que no acceden a los potenciales inversores, inversores que no obtienen y analizan propuestas de inversión razonables.
Nuestras sociedades han alcanzado, apenas, el estadio social de una "Mano Invisible" torpe, sin reglas justas y claras. Pero aún cuando logremos dotar a nuestro sistema de esas reglas justas y claras, nos estará faltando algo: capital social.
Tendremos a Smith, pero no a Nash. Cerrar o achicar ese escalón del desarrollo económico, y especialmente social, requiere de una mente brillante. Pero no una mente individual, sino una colectiva. Una sociedad de miembros dispuestos a perseguir el interés particular dentro de un juego de cooperación y confianza.
Cuando nuestros emprendedores abren las puertas de sus garages muy pocos de ellos encuentran un metro de nieve. Ciertamente ninguno de ellos encontrará la mayor economía del mundo. Pero podrían encontrar un tejido social y económico denso e interconectado, dispuesto a soportar y nutrir sus esfuerzos. Una economía con un elevado capital social. Una perspectiva brillante.


Artículo de Eduardo Remolins, publicado por Opinión Sur
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