Para LA NACION
En América del Sur falta definir y explorar el camino. El Mercosur y la Unión Sudamericana continúan siendo cuerpos sin espíritu. Discutimos sobre comercio y dinero. No hablamos de lo más importante: nuestro proyecto común, nuestra estrategia de desarrollo, nuestro modelo institucional. No hablamos del modelo porque no lo tenemos. No tenemos modelo porque no hablamos del él.
En nuestro continente, prevalecen dos orientaciones. Hay Estados que se quieren revelar pero no saben cómo. Se hunden en un pantano de conflictos y confusión. Y hay naciones bien organizadas que aceptaron las fórmulas institucionales recomendadas por las autoridades políticas, económicas y académicas de los países ricos. Padecen el síndrome del niño que se comporta bien. La Argentina y Brasil intentan escapar de la opción entre confusión y claudicación.
2. No es verdad que el rumbo para avanzar sea combinar el formulario institucional importado y la pseudo-ortodoxia económica con programas sociales -"redes de protección social"- destinados a humanizar lo inevitable. Eso puede tener éxito relativo en países chicos, a costo de aumentar la desigualdad interna y de limitar la independencia nacional. No es una solución para repúblicas grandes y vibrantes como la Argentina y Brasil. No lograríamos ser pedazos de la Europa desilusionada, perdidos en el Atlántico sur, aunque quisiéramos serlo.
3. La esencia de la alternativa necesaria es promover las innovaciones institucionales que necesitamos para democratizar el mercado, capacitar el pueblo y profundizar la democracia. Construir un modelo de desarrollo basado en la ampliación de oportunidades para aprender, trabajar y producir. Y afirmar la primacía de los intereses del trabajo y de la producción sobre los intereses del dinero ocioso. No alcanza con regular el mercado o contrabalancear, con programas sociales, sus desigualdades. Es necesario reorganizar la economía de mercado para dar más acceso a más mercados a más gente de más maneras. Instaurar una forma de educación pública que subordine la asimilación de informaciones al dominio de capacitaciones analíticas. Y formar las instituciones de una democracia por el cambio, de alta energía, que eleve, de manera organizada, la participación popular en la vida republicana, rompa los impasses entre los poderes políticos, aproveche el potencial experimentalista del régimen federal y, con todo eso, garantice que el cambio no necesite de la crisis como partera.
4. Partamos al medio la falsa ortodoxia económica. Reafirmemos la parte indispensable -el realismo fiscal- aunque sea a costa de renunciar al keynesianismo bastardo, que entre nosotros se transformó en populismo irresponsable. Rechacemos la parte dañina: la ilusión de que podemos enriquecernos a costa de vivir de fiado del capital extranjero. Aseguremos el aumento obligado del ahorro nacional público y privado como indispensable escudo de nuestra insubordinación.
5. Este programa tiene base social. Hay en nuestras sociedades una nueva clase media mestiza: millones de personas que vienen de abajo, luchan por abrir pequeños emprendimientos e inauguran la cultura de autoayuda e iniciativa. Ya están en el comando del imaginario popular. La revolución que nos conviene es que el Estado use sus poderes y recursos para permitir a la mayoría seguir el ejemplo de esta vanguardia de batalladores y de emergentes. Es para eso que tenemos que reconstruir nuestras instituciones.
6. Un día, la Argentina y Brasil serán un único país. Cuentan con energía humana ilimitada y recursos naturales casi ilimitados. Lo que aún no consiguieron es unir audacia e imaginación.
El autor, profesor de Harvard, fue hasta el mes pasado ministro de Asuntos Estratégicos de Brasil
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