17 mayo 2009

En materia de viajes, las segundas partes pueden ser mejores (Atención Río Grande, por ejemplo)

Por Horacio de Dios para LA NACIÓN (Alma de valija)

Para viajar, segundas partes pueden ser buenas o aun mejores que las primeras. Es tiempo, en la necesidad de defender el euro, el dólar o simplemente el peso, de obtener lo mismo a menores gastos, de comparar la relación entre lo que pagamos y lo que recibimos.

Un buen ejercicio es explorar las llamadas segundas ciudades que compiten en su nivel de atracciones aunque estemos encandilados con las primeras, con las luces del centro o la publicidad masiva que toman las capitales de base.

Por ejemplo, Buenos Aires tiene ventajas porque es la entrada principal al país y la mayoría de los extranjeros llega a Ezeiza o Aeroparque. Es una metrópolis formidable, comparable con las mejores del mundo, pero sus precios son superiores a los del resto del país. En cambio, Córdoba o Rosario resultan más económicas a la hora de dormir, comer, pasear y divertirse, o ir de compras.

En México, las segundas ciudades son una alternativa seductora al D.F., todavía a media máquina mientras se va disipando la psicosis de la gripe porcina.

Pienso en Guadalajara y se dispara el recuerdo de Jorge Negrete ¡Ay, Jalisco no te rajes! Me sale del alma gritar con calor, abrir todo el pecho para echar este grito: ¡Qué lindo es Jalisco, palabra de honor! Y sin olvidarme de las terceras ciudades como Taxco y sus riquezas en plata, Oaxaca o Puerto Vallarta, que se le anima a Acapulco y Cancún.

En Chile, ¿por qué no ir a Valparaíso aun en otoño en lugar de quedarse sólo en Santiago? O Brasil, que además de San Pablo y Río de Janeiro tiene un repertorio de maravillas con Curitiba, Belo Horizonte, Porto Alegre y ainda mais ?

En Estados Unidos, Nueva York tiene el imán de la Gran Manzana, pero el costo promedio de los hoteles por una noche nos permitiría pasar más días en Chicago (la ciudad de Obama). Lo mismo que en Filadelfia, Nueva Orleáns (salvo en Carnaval), San Diego o Miami para decir sólo unos pocos nombres en una geografía que respeta el examen costo-beneficio para conquistar visitantes.

El panorama se amplía en Europa, donde están luchando a brazo partido (y precios ídem) para arrebatarse pasajeros los unos a los otros. En España llegamos a Madrid y podemos seguir con el tren AVE de alta velocidad para estar en Sevilla en sólo dos horas y media, y dejar que Andalucía se haga cargo de nosotros con flamenco incluido. O disfrutar beneficiarnos de la puja entre Barcelona y Valencia, ambas sobre el Mediterráneo, decidiendo entre la comida molecular de Ferran Adriá (que es cara) y la popular paella valenciana de la gente como uno.

En Francia, París es París, pero desde el mismo aeropuerto podemos tomar un TGV (alta velocidad) para llegar a Lyon en dos horas o a Marsella en tres, camino a la Provenza. En Alemania, el avión llega a Francfort o Munich y hay que conocer las ofertas en un repertorio de ciudades que comparten cartel con Berlín como Dresden, Leipzig, Heidelberg, Hamburgo.

En el centro de Europa, en los restos del Imperio Austro-Húngaro, Viena o Praga enfrentan a Budapest y Bratislava, que son igualmente encantadoras y más accesibles. En Polonia tenemos la mejor posibilidad entre la capital Varsovia y Cracovia, ciudad de Juan Pablo II. Con el mapa en una mano y el presupuesto en la otra, es una exploración interesante y conveniente entrar en las promociones de Europa del Este, que ha sentido la crisis aun más fuerte que en otros rincones.

Esta descripción es un modelo para armar, el título siempre preciso de Julio Cortázar, y jugar al claro para disfrutar el doble y pagar lo menos posible.

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