19 julio 2009

Popular o Progresista? Es el paradigma Democrático de nuestra Sociedad Civil...

La reconceptualización de “la Política”, implica necesariamente corregir los mecanismos de representación de las instituciones (parlamentos, partidos, gobiernos, organizaciones ciudadanas) que intervienen en el proceso de toma e implementación de decisiones políticas.
Y en ese ejercicio de imaginación y activismo se hace necesario:
  • Liberar el quehacer político de las influencias de los poderes financieros.
  • Asegurar la autonomía plena de las organizaciones de la sociedad civil y su funcionamiento democrático interno sin interferencias ni manipulaciones desde el Estado o el Mercado.
  • Proteger el pleno e irrestricto ejercicio de los derechos civiles y políticos (en particular los de libre expresión y prensa, asociación y reunión).
  • Fortalecer la eficacia de la diplomacia ciudadana propositiva en las instituciones multilaterales.
Los críticos de la actual democracia y los actuales sistemas de mercado concentran a menudo sus argumentos en las debilidades que presentan los sistemas democráticos en muchos países y la incapacidad que han demostrado para dar solución al creciente cúmulo de necesidades humanas en los de menor ingreso per cápita.

El inventario, en ese sentido, de quejas y acusaciones tiene bases reales.


Pero las políticas financieras, económicas y sociales que imperan en nuestra región desde hace un tiempo, contribuyeron a sanear, por un lado, los ya insoportables niveles de inflación, pero agravaron los desequilibrios sociales internos y generaron conflictos que dieron al traste con más de una docena de gobernantes.

Si bien las movilizaciones que pusieron fin a sus mandatos fueron esencialmente no violentas y se produjeron en el marco democrático, ellas enviaban un mensaje claro a los partidos políticos de que se estaba alcanzando el límite de paciencia ante la incapacidad que mostraban para regular los mercados de manera eficiente pero socialmente sensible a un mismo tiempo.

“Que se vayan todos”

llegó a ser la consigna central que revelaba el total hastío de las clases medias y trabajadoras en la Argentina durante una de esas jornadas.

Izquierdas y derechas se tensaron desde su tradicional punto de polarización y definición: las primeras favoreciendo la atención de las necesidades humanas básicas en creciente deterioro y las segundas atrincheradas en la creencia en que lo que todo lo que es bueno para la empresa privada lo será de manera automática para la sociedad en su conjunto.
Pero también la región fue testigo del reanimamiento de viejas discusiones en el flanco izquierdo de su espectro político.

¿Qué era la democracia?

¿Tendría valor el paradigma democrático una vez ganadas alguna elección por los representantes de las demandas populares?

¿No era ese el momento de excluir definitivamente a las elites y clases dominantes del sistema político e incluso económico para poner punto final a su poder sobre la sociedad?


La crisis de las actuales democracias de mercado y de baja intensidad indican que esos regimenes democráticos necesitan ser revisados y cambiados. Pero de ello no se deduce que se requiera abandonar el paradigma democrático, sino alejarse de aquellos modelos ya agotados o fallidos de democracia y sustituirlos por otros que incorporen lo aprendido en los últimos dos siglos.

La creencia de que en el Siglo XXI puede pasarse por democracia la rotación cíclica entre elites privilegiadas es hoy tan impresentable como la de que a la opinión pública puede venderse, bajo el rótulo de democracia “participativa”, un régimen autoritario de movilización vertical de la ciudadanía para implementar políticas decididas por una supuesta vanguardia iluminada que, a su juicio, considera las mas beneficiosas para “las masas”.


Curiosamente, el paradigma democrático continúa vigente en la medida que sigue reclamando, -cualquiera que sea el modelo que se adopte para ajustarlo a las necesidades de cada país-, el respeto al principio Martiano de construir republicas “con todos y para el bien de todos” y al de Lincoln de “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Y en esas frases, Martí, que quiso “echar su suerte con los pobres de la Tierra”, y Lincoln, –que se jugó la suya a la causa abolicionista-, no pretenden excluir a ninguna clase o sector.


¿Qué significa entonces, ser progresista en el Siglo XXI?.

Las soluciones a los problemas de nuestra región no estarán dadas por los conflictos entre diversas visiones y fuerzas autoritarias, emanen ellas del mercado o de la política, se auto-proclamen o sean descritas como de derechas o de izquierdas.
La clave radicará en la construcción de amplios consensos plurales ,en torno a la necesidad de:

  • Fortalecer la participación ciudadanía y su actuación autónoma e institucional en los espacios políticos.
  • Fortalecer y garantizar el pleno ejercicio de todos los derechos humanos.
  • Reformar los actuales Estados y sistemas políticos haciéndolos transparentes al monitoreo ciudadano independiente e inmunes a la ingerencia desde los poderes financieros.
  • Regular las economías de mercado –al nivel nacional, regional y global- de manera que su necesaria creatividad y eficiencia se haga compatible y complementaria con la necesidad de que las empresas actúen de manera ecológica y socialmente responsable.
  • Desplazar las actuales culturas políticas basadas en tradiciones de polarización y confrontación por otras orientadas a la construcción plural de consensos.
Para promover esos cambios no hacen falta nuevas vanguardias y líderes iluminados desde la derecha o la izquierda, sino ciudadanos autónomos, libres, deliberativos y activos en un contexto democrático participativo real.

Lo que se requiere es la promoción de una poderosa sociedad civil, con vocación democrática, cívica y pluralista, capaz de impulsar –en un marco de libertades democráticas- los cambios estructurales que abran paso a la creación eficiente y redistribución justa de las riquezas que hoy requiere nuestra región.


Aquellos lideres políticos que se nieguen a respetar los necesarios espacios y libertades para que las organizaciones de la sociedad civil puedan actuar de manera autónoma -y no como simples correas de transmisión de un partido político- serían hoy tan parte del problema como aquellos otros que han venido prometiendo que la magia del mercado no requiere una ciudadanía que vigile y regule su comportamiento.

Si Marx dijo, acertadamente, que de lo que se trataba no era de comprender al mundo de diversos modos, sino de transformarlo, en esta transición de crisis sistémica hay que afirmar el corolario de que sin llegar a comprenderlo no hay transformación positiva posible.

Si urgente resulta la necesidad de impulsar de manera decidida cambios que nos aproximen a la justicia social, prudente es hacerlo en esta ocasión desde una perspectiva que incluya nuestros yerros y aprendizajes anteriores.
De lo contrario es probable que –como ya ocurrió en el pasado- abramos espacio al surgimiento de realidades que no por distintas serán menos dramáticas que las que deseamos superar.


Como decían nuestros abuelos, es siempre sabio recordar que “de buenas intenciones están empedrados los caminos del infierno”. Y recordarlo oportunamente.

Fuente:
Autores corporativos:
Human Rights Internet (canal)
Autores personales:
Blanco, Juan Antonio (Autor)

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